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Historias de guardias en bares rockeros


Categoría: MAGAZINE | Fecha de Publicación: 9/8/2016 | Por: Staff Rocksonico

¿son tan mala onda como parecen?

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Por: Ángel Armando Castellanos 'Araña'

"¡Ay, pinche wey!, no le cuesta nada dejarme pasar con el guitarrista, ha de escuchar pura música de banda, luego luego se le ve lo chaka, nomás porque trae garrote y está grande", pensó ella. Ya había terminado el show del Cuarteto de Nos en León, Guanajuato y esperaba para poder convivir con ellos. "Hace mucho que soy su fan, sólo quiero que me firmen el disco y este wey no me deja pasar", se quejaba.

Pero, ¿neta son tan mala onda como parecen?, ¿son chakas y odian tanto el rock como para negar accesos? Rocksonico se dio a la tarea de platicar con algunos para conocer lo que se esconde detrás de esa imagen dura. Aquí sus historias.

"Este trabajo hizo que el rock me gustara"

Seamos honestos. ¿A quién le gustaría estar en la puerta de un bar siendo el malo de la película? Parado, casi sin intercambiar palabras, mirando sellos y pulseras estaba Andrés (no mamen, no es su nombre real). Eran las cinco de la tarde y ya había fans afuera del Hammer Soul de León, Guanajuato. Él estaba en la puerta, sosteniendo una cadena, mirando al infinito y posando en modo "aquí mando yo".

Le cuesta trabajo hablar, acceder a la entrevista. "No me vayas a grabar, por favor, si quieres que te diga algo va a ser así", me advierte. Pasa de los 30 años, roza el 1.80 de estatura y tiene exceso de grasa corporal, va vestido de negro.

"De chavo odiaba el rock, de verdad, yo soy de un pueblo de por aquí y me crié con música de banda, corridos, rancheras. Era bueno para los golpes y así me vieron material para ser guardia. Ni modo de decir que no", cuenta.

Siempre había trabajado en cantinas. Hace un par de años llegó al Hammer Soul porque "me pagaban mejor". "Al principio estaba de la chingada ver a todos estos rockerillos chingando para entrar y luego tener que aguantar su música, era molesto. Con el tiempo me empezó a gustar. No tengo banda favorita, pero ya disfruto más de estar aquí chambeando", detalla.

Sobre los fans, explica, "ellos no entienden lo que uno pasa, no es que sea mala onda, es que toca seguir órdenes, ese es mi trabajo, me gustaría que lo entendieran". Alguna vez tuvo que sacar del bar a una fan que intentó golpearlo para acceder al grupo al que iba a ver. "Traté de no lastimarla, eso también es un pedo, pero era ella o yo", añade.

Chris Martin, el amigo de los guardias

A veces hasta el trabajo más incómodo puede ser genial. Luis (no mamen, tampoco es su nombre real) es rockero y le encanta ir a tocadas. Está por terminar la preparatoria. Hace poco cumplió los 18 años y necesitaba un ingreso para pagarse sus estudios. Su complexión lo hace aparentar mayor edad. Pasa del 1.80 y sus brazos denotan trabajo de gimnasio. "No fue complicado que me contrataran aquí", cuenta.

"El rock siempre me ha gustado, cuando me dijeron que a veces iba a poder escoger las tocadas, de inmediato accedí a estar con OCESA, ¡ellos traen los mejores shows a la ciudad!, y a mí me pagan por cuidar a los artistas", dice emocionado.

De ahí sale su mejor anécdota. "Siempre me ha gustado mucho Coldplay, pero aquí nos prohíben las fotos y los autógrafos, puede malinterpretarse. Cuando ellos vinieron me tocó estar en el Foro Sol. Preguntaron quién hablaba inglés y yo más o menos lo entiendo, me dejaron entrar al camerino y pude platicar con Chris Martin", relata. La sonrisa que manifiesta al recordar el instante denota que realmente disfrutó el encuentro.

"Una vez sí tuve que usar la fuerza para detener a un fan. Fue cuando vinieron los Rolling Stones. Dos weyes estaban hasta la madre de pedos y quién sabe cómo ya estaban tratando de subirse al escenario. Tuve que jalarlo para que no molestara al artista, su seguridad de inmediato nos pidió que hiciéramos algo y el tipo intentó agredirme, tuve que defenderme, era él o era yo, no lo lastimé, pero sí fue muy desagradable", rememora.

Sobre el trato con los artistas asegura que lo más complicado es cuidar a Madonna. "Ella es la más especial para todo, realmente se vuelve molesto, es mamonsísima y pide de todo para su camerino, como guardia ni te le puedes acercar, es incómodo trabajar con ella", acusa.

Sobre la empatía

"Lo que más me cagaba de ir al Vive Latino eran los pinches guardias que OCESA contrata, no te dejan hacer nada, este trabajo me hizo entenderlos", explica Javier (¿tengo que poner lo mismo de las otras historias?). De más joven no soportaba todas las revisiones -le encantaba llevar mota a los festivales- ni que acercarse a sus bandas favoritas estuviera prohibido.
Javier proviene de uno de los barrios más bravos de Iztapalapa y "ahí te haces bueno para los madrazos porque si no, no sobrevives". Desde muy niño amó el rock. "Llegué a tocar en banditas, pero se separaban rápido, estaba chingón ese desmadre", cuenta. Roza los 30 años, es moreno y coquetea con el 1.75 de estatura, no le sobra estómago, pero tampoco le falta.

"Ahorraba cada año para ir al Vive Latino, no sé de dónde sacaba la lana, pero ahí estaba, a veces los dos días que duraba, era de ley entrarle al slam cuando tocaban el Panteón o La Maldita", detalla.

Entonces, ¿cómo es que alguien que amaba tanto la música terminó convertido en lo que más odiaba de los conciertos? Explica que al ver su talento para golpear fue invitado a cuidar entradas en eventos clandestinos de su barrio. "Ahí empezaron a ubicarme y a cada rato me pedían que estuviera en bares cercanos, sabían que me hacía respetar y que era machín para los putazos", agrega.

De eso han pasado cinco años. Hoy es uno de los guardias que revisa que todo vaya en orden en el Gato Calavera.

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