Ser adolescente implica ser indolente, carecer del sentido común que te vuelve adulto, del triunfo del "deber" sobre el "querer". La Gusana Ciega fue adolescente el miércoles en el Teatro Metropolitan. El tipo de adolescente que ya se cansó de ser de una forma y tiene ganas de irse al otro extremo.
De la banda soft rock que se percibió en la presentación del Borregos en la Niebla se pasó a una auténtica agrupación de rock ruidoso, con ganas de comerse el mundo en dos horas y media, sin complejos y sin miedos, pero también, sin equilibrios.
Germán, el baterista, era el que menos convencido se veía de arranque. "¿Qué es esto que hay en mi batería? ¿De dónde salieron estos foamis? ¿Por qué tengo que tocarlos?", pareció preguntarse al inicio del show. Se veía incómodo. Conforme las canciones pasaron, se adaptó y terminó pasándolo bien, como el chaval al que exigen escribir en un iPad en lugar de en el duro teclado de su computadora de escritorio.
El show fue de las guitarras. Roger Dávila, miembro no oficial, pero sí práctico del grupo dijo "presente" con su pedalera. Sin que las luces le hicieran caso, él puso el oído de la gente -más importante aún- en su actuación. Jugó como un niño haciendo efectos y dándole SU sello a las canciones. Roger fue dueño sin escrituras.
Su hermano Chuy también hizo de las suyas. Los nenes de cochera estaban haciéndose adultos ante tres mil personas, porque al lugar sólo le faltó tener gente parada para decretar con absolutismo el sold out.
El bajo de Lu también pegó de gritos. El sintetizador no dejó de intervenir cuando hacía falta. Los adolescentes -con las canciones bien ensayadas- querían impresionar, rebelarse, reinterpretarse. El adulto en plena crisis de los 40 exigía a sus hijos ir con ellos a tomar aguas locas a la fiesta. De no ser porque los amplificadores no se veían desde las butacas, cualquiera habría jurado que entre canción y canción los músicos le subían más mientras Daniel, el cantante, veía al ingeniero de sonido para decirle sin palabras "¡súbeme, no me oigo!".
La ambición, el hambre excesiva que sólo puede tener un jovencito se hizo presente en el cuerpo de los señores. Querían asombrar y terminaron por carecer del equilibrio y el control necesario para lograrlo. Sorprender a través del poder, del ruido, no del diálogo.
El autoatentado sin querer queriendo llegó a su esplendor cuando Charly de Jumbo cogió el bajo y Lu, el bajista, un saxofón. Del sax ni sus luces, fue superado sin querer ser superado. Parecía un nene adentro del mar, tratando de no ser tragado. Estaban tocando 1987. Los matices -a medias- llegaron con 'Acércate'. El sax por fin se distinguió, entre el ruido, pero se distinguió.
Sólo en 'Pasiflorine', con la actuación de Madame Recamier de invitada mostraron matices sin escándalo. La canción que habla de la violencia hacia las mujeres en relaciones de pareja tuvo paz, al menos en su interpretación.
El adiós con Germán embelesado y embelsándose con los paths haciendo pop ruidoso resumió la noche de una banda que intenta ser otra banda. Pop ruidoso salido de una cochera para matar al rock suave que no conocía el poder. Adolescentes mal portados que antes fueron nerds.
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